1 de agosto de 2012

Thortonsetas y otras aclaraciones

Más o menos ha quedado claro, o camisetas sin retrato o camisetas con caricatura chibi. Ahora propongo dos posibles versiones de la camiseta sólo con logo. Una en la que sale el logo, lema de la casa y descripción de esta y otra sin descripción. ¿Cual os gusta más?

Otra cuestión importante, el material de peso no lo tendré preparado hasta el viernes. Es decir la crónica de Axel Whitehill, y varios descripciones y retratos que estoy preparando, además de la actualización de la genealogía de la casa, como me recordó Carlos. También quiero hacer para antes del viernes una mini-crónica aunque sea de lord Erryk Thorton señor de Rasgacielos.

Además, para las partidas estoy preparando dos personajes nuevos que estoy seguro que os encantarán, bueno, uno de ellos sí, el otro no. Otra cuestión que hay que aclarar es si seguiremos jugando este viernes, hablado y ya me lo decís. Necesito saberlo, pues he de preparar una buena traca, sino pues me centro en las crónicas.
31 de julio de 2012

La tres veces prometida

Lyn Dawson, hija de lord Arthur Dawson de Fuerte Sombrío. Su feudo colinda con las tierras Thorton. La familia Dawson había amontonado un enorme cúmulo de deudas. Su padre para intentar solucionarlo predispuso el matrimonio de Lyn con un rico mercader. La muchacha se opuso frontalmente, hasta que un día decidió escaparse. Pero unos forajidos la capturaron y la vendieron a un prostíbulo de Desembarco del Rey.

Los Thorton la encontraron y la quisieron devolver a su padre, de hecho Aran Thorton consiguió seducirla, pues ella, tras la muerte de su hermano pasó a ser la heredera de su casa. Ambos decidieron pedirle a su padre lord Arthur que bendijera y autorizada el matrimonio entre ambos. Pero entonces Aran conoció a Helya Tintalle, y quisieron casarse. Para que Aran se librara de su compromiso con Lyn convencieron a Ser Stefford para que se casara con ella. Lyn accedió a desgana, pues a quien ama es a Aran, pero perdió aquella batalla y no le quedó más remedio que aceptar la mano de Ser Stefford, un hombre que casi le dobla en edad. La relación entre ambos es cortés, pero gélida en lo sentimental.

Stefford y Lyn, cuando consiguieron la autorización de Ser Arthur para que se casaran este fue arrestado por impago a la corona, siendo encerrado en la Fortaleza Roja, en Desembarco del Rey. Este acontecimiento ha dejado en el aire el compromiso de ambos.

Lyn es una muchacha manipuladora, posee una enorme belleza y sabe jugar muy bien sus armas de mujer. Aunque está profundamente dolida por el desprecio que supuso el rechazo al que fue sometida por Aran Thorton. Sabe que algún día podrá vengarse de Helya y quizá, sólo quizá en ese momento Aran podrá volver a ser suyo.

29 de julio de 2012

Thortonsetas

Stefford ya desde hace un tiempo quería una camiseta stefforiense, por ello en un momentín he diseñado una thortonseta stefforiense. Con aires thortonianos y a una tinta para que se haga sólo con una plancha, así resultarían más baratas. De todas formas Stefford quería un chibi-stefford... pero bueno, eso siempre se puede arreglar :P



Aquel jugador que la quiera sólo tiene que pedirla y se la haré sin ningún problema. Quedaría "supahcool" que todos la lleváramos en persona en una de las partidas. Además siempre valdría para el recuerdo. Intentaré hacer otras versiones a ver que os parecen, también el color, si no consideráis correcto en negro también se puede cambiar.

28 de julio de 2012

Stefford Thorton vs Meryn Trant

El "trailer" del nuevo enfrentamiento en el Torneo de la Mano del Rey, Ser Stefford Thorton contra Ser Meryn Trant: La Venganza. Próximamente en su partida de rol.


Nota: Obviamente es un vídeo de coña.

Partida de prueba en Roll20

Ayer probamos Roll20, el nuevo portal web que nos permite jugar partidas de rol. Debido a la dispersión del grupo vamos a optar por este formato para asegurarnos que todos puedan participar en las partidas. Hay que admitir que es una herramienta en pruebas muy potente, aunque aun está en fase beta y tiene sus fallos.

Empezamos la partida a las 21:30, y acabamos prácticamente a las 2. La impresión fue bastante buena, aunque no estamos acostumbrados a pisarnos a través de chat de voz. Aun así nos hemos ido adaptado y aunque al principio no parecíamos cómodos al ir avanzado la noche nos hemos ido adaptando bastante bien.

Y por supuesto... ¡Muchas ganas de repetir! :D
27 de julio de 2012

Adelia #0


Nota: Esta crónica es anterior a las que se han escrito hasta ahora. Sucede justo antes de la crónica de Stefford#1, la primera. Es introductoria sobre el personaje de Adelia, y redactada por su propia jugadora. Como es posible que salgan más crónicas anteriores cronológicamente hablando crearé una sección para ordenarlas todas como los Siete mandan.


Era una mañana fría, lo que venía siendo habitual en los últimos tiempos. Adelia, septa de la casa Thorton, se encontraba en uno de los salones de estar de la fortaleza de la casa Tintalle, sentada en un cómodo sillón y mirando a través del cristal de la ventana que se encontraba ante sí cómo la bruma se desplazaba perezosamente sobre los árboles del bosque colindante. Lo veía sin verlo realmente, la mirada perdida y los pensamientos muy lejos.

Aquel día su estado de ánimo era igual de sombrío que las nubes grisáceas del cielo. La noche pasada no había dormido bien: había vuelto a tener aquel mismo sueño, el que siempre esperaba que no volviese a repetirse, la pesadilla que la perseguía desde hacía ya catorce años, la que la devolvía al asedio a la fortaleza de su difunto esposo y volvía a convertirla en testigo de todos los horrores que allí habían tenido lugar. La muerte, la sangre, los despiadados soldados de los Targaryen… cerró los ojos para ahuyentar las imágenes y se estremeció. Solo recordarlo le hacía sentir un nudo en la boca del estómago, y e incluso tuvo la impresión de que de repente hacía aún más frío en la habitación.

Lo cierto era que, aunque cuando era más joven solía tener aquella pesadilla varias veces por semana, en la actualidad la aparición del sueño era cada vez más espaciada en el tiempo. Sin embargo, el efecto que producía en su estado de ánimo seguía siendo el mismo: la sumía en un extraño estado de melancolía contemplativa que parecía acompañarla todo el día, y despertaba en ella pensamientos que habitualmente no tenía, ideas furtivas y especulativas sobre su pasado, su presente y su futuro; las cosas que eran y las que podrían haber sido.

Oyó el sonido de la puerta abriéndose y volviendo a cerrarse de forma apresurada a sus espaldas, pero estaba tan inmersa en sus reflexiones que apenas le prestó atención; tan solo era vagamente consciente de que alguien había entrado en la habitación, y la extraña pesadumbre que la invadía parecía dominar su atención e impedirle reaccionar como normalmente lo habría hecho, dejándola ensimismada.
Al de la puerta le siguió el sonido de una voz que conocía bien:

Bu…buenos días, septa. Llego tarde, lo siento mucho… Es que, bueno, veréis… Se oyó el sonido de pasos suaves sobre el suelo y el de las faldas de su interlocutora moviéndose en el aire. Luego un silencio y la voz otra vez, esta vez menos apremiada y en un tono más suave.

… ¿Tía Adelia? ¿Os duele la cabeza? ¿Queréis que vaya a pedirle una tisana al maestre? Una mano suave se posó sobre la suya, y este gesto consiguió hacerla reaccionar por fin. La septa alzó la mirada y se encontró con los grandes ojos oscuros de Bethany, la hija de su primo Erryk, mirándola con preocupación.
Sonrió suavemente, enternecida. Bethany era una muchacha dulce y de buen corazón que parecía tener el don de percibir la inestabilidad emocional en otras personas. Tan solo la llamaba «tía» cuando notaba que Adelia no se encontraba en plena forma, y, aunque la septa se esforzaba por que no lo hiciera, la muchacha solía advertirlo enseguida. No era de extrañar, ya que pasaban la mayor parte del tiempo juntas, y Adelia se había encargado de su educación desde que había vuelto a Rasgacielos para encargarse del septo unos ocho o nueve años atrás, cuando la joven no era más que una niñita. También se había ocupado de Aran, el hermano mayor de Bethany, pero este siempre había sido más independiente, y, además, no había tardado en dejar la fortaleza al convertirse en un pupilo de la casa Frey, con lo que su relación no había podido volverse igual de estrecha.

A pesar de todo, Adelia se recriminó a sí misma el haber permitido que Bethany se inquietase por su causa. Debía mantenerse fuerte en todo momento y ser un ejemplo para la joven; la vida de una dama de noble cuna no siempre era un camino de rosas, y era importante que la muchacha supiese estar siempre a la altura de las circunstancias. Cogió la mano de su protegida en un gesto tranquilizador y se puso en pie.

––Perdonadme, querida. Estoy bien, tan solo estaba un poco… distraída ––Observó a Bethany de arriba a abajo con ojo crítico, lo que hizo que la muchacha y su expresión volviesen a tensarse––. Lleváis el lazo torcido y la falda arrugada. Además, una dama de noble cuna no debe llegar tarde a sus citas, y mucho menos excusarse murmurando.

La regañina, aunque pronunciada en un tono mucho más suave de lo habitual, hizo que Bethany bajase la mirada. Adelia suspiró, sonrió y separó su mano de la de la joven para acariciarle suavemente el cabello negro, hablándole con cariño.

––Estoy segura de que la próxima vez no ocurrirá. Os agradezco que os hayáis preocupado por mí. Sentaos a mi lado, por favor.
––Sí, septa Adelia.

Mientras la muchacha tomaba asiento en el sillón contiguo al que ella ocupaba hacía unos minutos y buscaba en un cestito de mimbre las labores de costura que iban a continuar aquella mañana, Adelia se encontró preguntándose en qué momento exacto de su vida había pasado de ser «lady Adelia» o incluso tan solo «Adelia» a «la septa Adelia». Si se lo hubiese preguntado a cualquiera, ese alguien habría respondido que la respuesta era bien sencilla; era obvio que aquel cambio había tenido lugar cuando realizó los votos y se convirtió en una sierva de la Fe de los Siete: sin embargo, para Adelia la pregunta tenía un sentido mucho más profundo. A veces sentía que la persona que era, que había sido, había quedado eclipsada por la septa. Casi tenía la impresión de haberse convertido en un icono, su yo anterior anulado por todo lo demás.

Al encontrarse divagando de nuevo, no pudo evitar suspirar. Pensar en cosas así no iba a servirle de nada. Su fe en los Siete era incontestable, y el efecto positivo de su devoción a ellos en su vida, innegable. No habría cambiado su situación actual por cualquier otra, pero aquella dichosa pesadilla siempre le traía ese tipo de pensamientos. Quizá era una prueba del Dios de los Siete Rostros.
Bethany charlaba animadamente de fondo, hablándole sobre los lugares que había visitado en la fortaleza y las historias que había oído. Era obvio que estaba entusiasmada de haber viajado hasta allí, y desde luego el viaje no había estado escaso de emociones. Adelia sonrió mientras escuchaba la emoción en la voz de su protegida. Después de todo, en las tranquilas tierras de los Thorton nunca pasaba nada digno de mención, y se recordaba a sí misma cuando tenía la edad de Bethany siendo presa del mismo hastío que sin duda sentía diariamente la muchacha. Sin duda viajar resultaba una experiencia positiva para ella.

––¿Cuándo nos marcharemos, septa? ––preguntó la muchacha, alzando la mirada de sus bordados para mirarla.
––Pronto. Vuestro tío Stefford empieza a comportarse como un tigre herido y a quejarse constantemente, lo que quiere decir que está recuperándose de sus heridas ––respondió Adelia, resoplando ligeramente. A pesar de lo mucho que quería a su señor primo, tenía que admitir que a veces la exasperaba... especialmente cuando estaba herido o enfermo.

Bethany rió divertida ante las palabras de su septa, y pareció ir a responder en el mismo tono de chanza, pero entonces pareció recordar algo y quedó súbitamente silenciosa.
Adelia la miró con curiosidad. Conocía bien esos silencios. Significaban que Bethany quería pedirle algo sobre lo que no estaba segura de tener su aprobación. Continuó mirándola fijamente durante unos instantes y observó cómo la muchacha dudaba, abría la boca para decir algo, volvía a cerrarla y finalmente se decidía a hablar:

––Eh, bueno, esto… ––Bethany pareció darse cuenta de que estaba murmurando de nuevo y se irguió en la silla, diciendo el resto de corrido––. Harren me ha pedido que vaya a pasear con él esta tarde. Dice que hay unos almendros muy bonitos detrás de la fortaleza, y que quiere enseñármelos––. A medida que hablaba, la voz de Bethany parecía perder intensidad, amedrentada por la inquisitiva mirada de Adelia, que giró el rostro hacia la ventana y pareció pensativa durante lo que a la joven sin duda debieron parecerle siglos antes de contestar.
––…Está bien ––sentenció finalmente, sonriendo al ver que Bethany parecía más sorprendida que contenta, sin duda habiendo esperado una cortante negativa ––. Iremos esta tarde ––añadió.

La mirada de la muchacha dejó patente que no había contado con que Adelia les acompañase en aquel paseo, pero era demasiado sensata para protestar. En vez de eso, retomó la costura y cuando habló lo hizo con la mirada fija en la aguja y voz dubitativa.

––El tío Stefford me advirtió que no me acercase mucho a Harren. Me dijo que no debía confiar en él…

Adelia conocía bien a su señor primo, y aquello no le sorprendía. La primera vez que había visto al pupilo venido de la casa Zwerling también a ella le había dado un vuelco el corazón. El cabello plateado y los ojos con brillo púrpura de aquel muchacho le habían hecho pensar en aquellos temidos soldados Targaryen del día fatídico catorce años atrás, y, además, no había más que mirarlo con atención durante unos minutos para darse cuenta de que estaba lejos de ser un muchacho ingenuo e inocente; el rostro huidizo, la mirada esquiva, la expresión de desdén y desconfianza que asomaba a sus ojos tan pronto creía que nadie lo observaba... a pesar de que la fachada de perfecta cortesía que había mostrado al llegar la había convencido incluso a ella, ahora le resultaba fácil ver la personalidad taimada que se escondía tras ella.
Sin embargo, no dejaba de ser un chiquillo de apenas quince años al que habían enviado lejos de su casa, probablemente contra su voluntad. Adelia carraspeó suavemente para aclararse la garganta y respondió a Bethany con voz tranquila.

––Vuestro tío os ama con locura, y quiere lo mejor para vos. Debéis prestar atención a todo lo que os diga y obedecerlo, pero sin dejar que los prejuicios os nublen el juicio. Harren acaba de llegar a Rasgacielos y aún no se ha adaptado a la vida allí. Sed cortés con él, pero no permitáis que la cortesía se convierta en algo más. ¿Me comprendéis?

La miró. Bethany enrojeció hasta la médula, lo cual quería decir que la comprendía perfectamente. Adelia entendía la inquietud de ser Stefford; Bethany y Harren tenían aproximadamente la misma edad y estaban en plena pubertad… ella misma había comenzado a rezar a la Doncella cada día para que Bethany no cometiese una locura, ya que últimamente sus temas de conversación oscilaban entre los caballeros más famosos de Poniente y los muchachos bien parecidos con los que se cruzaba a diario. Además, había visto cómo el joven trataba con poco disimulo de hacerle la corte a la muchacha cada vez que ella se ausentaba durante su estancia en las tierras de los Tintalle, y sin duda también su señor primo lo había visto; probablemente aquello era la razón de la advertencia dada a su adorada sobrina.
A pesar de todo, Adelia tenía confianza en la muchacha, a la que sabía sensata y consciente de su posición y obligaciones.

––Por… ¡por supuesto, septa Adelia! ––Estaba diciendo aquella, visiblemente incómoda––. Os prometo que no haré nada… indecoroso. ––Parecía azorada, con lo que Adelia decidió cambiar de tema. Dejó caer el bordado sobre el regazo y se dirigió a la muchacha con expresión relajada, apoyándose en el respaldo del asiento.
––Beth, querida, ¿por qué no cantáis algo? Cantad esa canción sobre la Madre que aprendimos en la pasada cosecha. ¿La recordáis?

Bethany pareció relajarse y sonrió, aliviada de poder cumplir la petición de la septa sin más problemas, y tras asentir se puso en pie y comenzó a entonar con voz suave la balada dedicada a la Madre que Adelia le había enseñado:


Madre gentil, fuente de toda piedad, salva a nuestros hijos de la guerra y la maldad, contén las espadas y las flechas detén, que tengan un futuro de paz y de bien.

Madre gentil, de las mujeres aliento, ayuda a nuestras hijas en este día violento, calma la ira y la furia agresiva, haz que nuestra vida sea más compasiva.

La septa cerró los ojos unos instantes, escuchando la voz de Bethany. Aunque su entonación y su afinación requerían aún cierto trabajo, la muchacha tenía una bonita voz, y resultaba agradable escucharla. Además, le complació que recordase la letra, ya que aquello probablemente significaba que la había estudiado.

Sin embargo, y por alguna razón, la canción la llevó de vuelta a la melancolía que no parecía dispuesta a abandonarla aquel día. Se encontró pensando en su anciana madre, lady Rosey, y preguntándose cómo habría sido ser madre ella misma. No había pasado mucho tiempo con su señor esposo antes de que él tuviese que marcharse a la guerra, y no habían llegado a concebir ningún hijo. Al convertirse posteriormente en una septa, había renunciado a la posibilidad de volver a casarse y tener hijos legítimos. En el momento de enviudar, probablemente debido a su inestable estado emocional, nadie le había dicho nada al respecto, pero varios años más tarde la Adelia adulta había comprendido que por propia voluntad le había quitado un peso de encima a su familia al decidir convertirse en novicia en el septrio: después de todo, ¿qué habría hecho su padre, noble de una rama secundaria de los Thorton, con una hija viuda de catorce años?

Volvió a suspirar, sintiéndose inquieta, y se dio cuenta de que Bethany había dejado de cantar y la miraba confundida.

––¿He dicho mal alguna estrofa, septa Adelia? ––preguntó, mordiéndose el labio inferior.
––No, querida mía. Lo habéis cantado muy bien. Le diré a vuestra señora madre que tenéis una voz preciosa. ––Adelia se puso en pie también––. Sé que es temprano, Bethany, pero voy a retirarme para dedicar una oración a los Siete Rostros de Dios.

Era verdad que era temprano. Normalmente habrían pasado juntas aún un par de horas más, pero Adelia sentía que una sesión de fe y contemplación religiosa le ayudaría a ordenar las ideas y tranquilizarse, de modo que abandonó el saloncito tras prometerle a una inquieta Bethany que se reunirían antes de la hora de comer. Se preguntó si la muchacha iría corriendo a contarle a ser Stefford el extraño comportamiento que tenía su septa aquel día, y si Stefford se conformaría con tratar de adivinarlo o bien le preguntaría por ello. Sin duda no tendría que esperar mucho para descubrirlo.

El maestre Klam de la casa Tintalle, antiguo detractor de todo lo relacionado con la religión, había organizado la creación de un pequeño septo improvisado dentro de la fortaleza para que Adelia no tuviese que ir hasta el pueblo a rezar. Pensar en las razones de aquel cambio de actitud casi hacía que se sintiese mareada, pero no tuvo tiempo de reflexionar mucho sobre ello, ya que uno de los elementos claves de dicho cambio la esperaba dentro del septo; era la bellísima Lyn Dawson, única heredera de la malograda familia Dawson, antigua prostituta en Desembarco del Rey, actual prometida de su primo Stefford y la muchacha a la que, contra todo pronóstico y de algún modo que tan solo el Dios de los Siete Rostros conocía, Adelia había conseguido salvar de un veneno mortal en el último momento. Estaba arrodillada frente a la efigie improvisada de la Madre con los ojos cerrados cuando la septa entró, pero al oírla y verla se levantó rápidamente, acudiendo a su lado y tomándole las manos entre las suyas.

––¡Santa Adelia! Mi señora, cuánto me alegro de veros. Creí que habríais venido al alba y que ya no tendría ocasión de coincidir con vos.
Si no hubiese sido impropio de una dama y una septa, Adelia habría puesto los ojos en blanco en aquel preciso momento. Se contentó con suspirar y mirar a Lyn con expresión cansada.

––Querida, por favor, dejad de llamarme así. Es casi un sacrilegio para el Dios de los Siete Rostros, bien lo sabéis. No fue un milagro lo que os salvó la vida, fueron las técnicas de sanación que aprendí curando a los enfermos que llegaban al septrio cuando era más joven. Ya os lo he explicado varias veces.

El brillo de gratitud en los ojos de la muchacha hizo que Adelia comprendiera que no iba a dejar de llamarla «Santa Adelia», al menos no durante una buena temporada. Todo era culpa de ser Stefford, por llenarle la cabeza de pájaros con la historia de lo que había ocurrido en el sencillo septo del pueblo, aunque lo cierto era que ni siquiera la propia Adelia podía explicarse lo acontecido allí. En un momento se encontraba observando y palpando el cuerpo lleno de manchas de una pobre mujer a la puerta del septo, y al siguiente estaba viendo cómo las manchas desaparecían súbitamente y escuchando los gritos que clamaban a un milagro. El lugar había empezado a llenarse de gente, y todo se convirtió en escándalo y confusión. Había intentado ayudar a otra persona, pero eso solo había conseguido que la multitud los acorralase a ella, a Bethany e incluso al joven Harren y su guardaespaldas dentro del lugar. Había sido una experiencia espantosa, y aunque al principio ella había creído que todo había sido obra del maestre Klam para hacerle pasar un mal rato, resultó que después de la recuperación de Lyn incluso aquel decía que pensaba convertirse en septón y negaba rotundamente la posibilidad de que cuanto ocurrió no fuese un milagro llevado a cabo por Adelia. En cualquier caso, a Stefford la historia le había parecido de lo más divertida, y ahora clamaba a los cuatro vientos y a cualquiera dispuesto a escucharle que su prima era una septa que hacía milagros. Ella no quería ni plantearse la posibilidad de que lo que decía fuese cierto; la mera idea era sacrílega. Sin duda todo había sido fruto de la casualidad y las circunstancias; ella no era más que una humilde sierva más del Dios de los Siete Rostros, después de todo.

––Mi señora, vos salvasteis mi vida cuando a nadie más le importaba, y siempre os estaré en deuda. Gracias a vos, mi fe en los Siete se ha afianzado, y me está dando fuerzas para seguir adelante. Ahora sé que la Madre me protege desde los cielos. ––Lyn sonreía, pero Adelia no pudo evitar sentir pena por ella. Tras su sonrisa y el afecto reflejado en sus gestos se escondía una profunda tristeza y un infinito cansancio que se reflejaban en lo más profundo de sus ojos, a pesar de que no tenía más que dieciocho años. La corta vida de aquella joven había sido turbulenta, y aunque la septa consideraba que tendría que haber cumplido con su deber y aceptar el matrimonio que su padre había organizado para ella, no podía evitar pensar que no merecía todas las desgracias que habían caído sobre su nombre y su familia.
––La vida siempre es importante, muchacha; nunca debéis decir que no le importáis a nadie, porque no es verdad. ––Adelia soltó las manos de la joven y se adentró en la sala, contemplando las efigies de los Siete Rostros de Dios unos instantes antes de volverse para mirarla nuevamente––. A mí la Fe me salvó en el peor momento de mi vida, querida, y  estoy segura de que tendrá el mismo efecto reparador para vos. La Madre y el Padre os protegen desde el cielo, y mi señor primo lo hará en la tierra. Ser Stefford tiene buen corazón, y estoy segura de que se esforzará por haceros feliz.

––Sí, ser Stefford es... es muy bueno conmigo ––dijo la joven finalmente tras unos instantes de silencio. Sin duda aún lamentaba la pérdida de su compromiso con el joven Aran, al que había llegado a amar. Adelia no sabía cómo consolarla, y dudaba ser capaz de hacerlo en aquel momento. Las heridas de Lyn eran de las que si se sanaban lo hacían poco a poco, con el paso del tiempo y la llegada de épocas mejores. Extendió la mano hacia ella.
––Acercaos, querida. Recemos juntas. Estoy segura de que a ambas nos hará bien.

Lyn obedeció, y se arrodillaron juntas ante los Siete Rostros de Dios. Adelia cerró los ojos y comenzó una plegaria silenciosa. Las cosas habían sido difíciles últimamente, y los anuncios de la llegada del invierno no auguraban que fuesen a mejorar, pero aunque los acontecimientos trastocasen los mismos cimientos de quiénes eran, todos tendrían que sacar fuerzas de algún modo para salir adelante. Ella y probablemente también la joven Lyn apelarían al Dios de los Siete Rostros y a su familia para conseguirlo. No podía saber de dónde sacaría las energías el resto, pero Adelia seguiría esforzándose para transmitirles su fe, esperando que les ayudase como había ayudado a la joven que se encontraba a su lado. Aquel era su deber, después de todo; el camino que había elegido cuando el que había seguido siempre se derrumbó bajo sus pies hacía ya catorce años.

Y, en aquel preciso momento, arrodillada como tantas otras veces ante los Siete Rostros, el Padre, la Madre, la Doncella, La Vieja, el Guerrero, el Herrero y el Desconocido, supo con toda certeza una vez más que no se había equivocado al elegirlo.
26 de julio de 2012

R'hllor está del lado del master

Esta foto tiene algún tiempo, es de cuando empezamos a jugar a Canción de Hielo y Fuego JdR. Es un claro ejemplo de que R'hllor estaba y está del lado del master. Esta tirada representaba un ataque contra ser Stefford, el pobre se quedó tiritando y con dos heridas graves. En ese mismo instante el master disfrutó y saboreó la sensación de miedo que se dibujaba en la desencajada cara del jugador. Muchos diréis... eso es trampa, habéis puesto los dados sobre la mesa en esa posición... pero yo os diría... preguntadle a ser Stefford si esa tirada fue real o no...

Además, la ficha de un nuevo personaje, Axel Whitehill ya está subida. Han sido necesarias dos cortas semanas para que me dignara a hacerlo, cada vez soy más rápido, me asombro a mi mismo. ¡Bienvenido Axel al blog y al oscuro mundo de Canción de Hielo y Fuego! 

P.D: La ficha del fondo pertenece a un personaje descatalogado, la tenía dentro de la funda y salió en la foto.
25 de julio de 2012

En el torneo de la Mano del Rey


Los jugadores por culpa del destino han acabado en Desembarco del Rey justo en el momento que se celebra el Torneo de la recién elegida Mano del Rey, lord Eddard Stark, señor de Invernalia y Guardian del Norte. Después de haber solucionado algunos percances parece que los jugadores podrán participar, o no... quien sabe. Pero la verdad es que confiar en Lester para que haga las inscripciones no es algo muy sensato, "Harren, Darren... yo siempre los confundo".
En breve subiré la Crónica previa al torneo y este fin de semana se jugará parte de él, veremos que ocurre.

Mientras tanto para ambientar, hay una melodía que compuso Hilario Abad que pretende ambientar el torneo de la mano, y que en mi opinión lo consigue bastan te bien. Frikada al canto.

¿Podrá ser Stefford Thorton vengarse de la derrota que le propinó Jaime Lannister?



Cambios en la web

Buenos días, acabo de hacer unos cambios experimentales. He cambiado el template, he movido la columna de derecha a izquierda, ampliado los píxeles de espacio de las páginas etc... No sé si este nuevo diseño os gustará más... pero... ¡he puesto el shoutbox que tanto me habeis pedido! Además, en breve ficha de personaje nuevo que aun no tengo el dibujo acabado. Axel, tranquilo, no me he olvidado de ti :P

También coloco un vídeo de WesterosCraft, se me hizo la boca agua...

23 de julio de 2012

Adelia #4



Acaba de amanecer, el sol ya empezaba a alzarse imponentemente sobre el cielo a pesar de que sus rayos aun carecían de fuerza. Adelia estaba en el patio de armas del castillo de Rasgacielos, frente a ella había una carrera, tres palafrenes, siete destreros y unas cuantas sacas. «Vaya, siempre soy la primera en levantarme. Los mozos lo han preparado todo pero aún no ha bajado nadie. No sé si este viaje servirá de algo, y todo por una pelea… ─ pensó Adelia.»

El día anterior ser Stefford y lord Erryk tuvieron uno de sus típicos encontronazos. El caballero hizo enfurecer al señor, y este como reprimenda le ordenó a su hermano que viajara de inmediato a las tierras de los Dawson, una vez allí Stefford cerraría su matrimonio con la hija de lord Arthur. Adelia recordaba a lord Erryk enfurecido, gritando delante de todos los comensales en el salón del castillo, mientras cenaban. Ya se había acostumbrado a los continuos choques entre ambos hermanos, en ocasiones eran rápidos y fugaces, en otras podían parecer eternos, llenos de improperios y acusaciones. Se entristecía enormemente cada vez que sus dos primos llegaban a esa clase de situaciones tan tensas, siempre intentaba mediar pero generalmente no funcionaba. Eran tan distintos, pero a la vez tan similares... si algo compartían era su cabezonería.

Una puerta que daba al patio de armas se abrió, de ella salió Axel Whitehill, primo de Adelia. Era un caballero proveniente del norte, su madre era una Thorton que se casó con un caballero de la casa Whitehill, vasallos de los Bolton.

─ Saludos primo, ¿vais al venir al viaje? ─ Dijo Adelia cortésmente.

─ Así es mi querida prima, ser Stefford me dijo que os acompañara, así conocería a su futuro suegro. Además creo que no se fía de ese viejo, y mi presencia quizá pueda llegar a ayudar si surge algún contratiempo. ─ El norteño sonrió.

─ ¡Oh! en ese caso será todo un placer que nos acompañéis. ─ la septa asintió con delicadeza.

Adelia coincidía con Axel, su presencia podría ir bien, nadie sabía cómo reaccionaría lord Arthur. Su primo era enorme, además era muy bueno manejando el mangual o incluso el lucero del alba. Sin duda su imponente figura podría disuadir a lord Arthur de realizar algún tipo de locura. Chalaron durante un momento mientras esperaban, recordaron momentos de su infancia cuando coincidieron en Rasgacielos. Al rato la puerta volvió a abrirse, esta chirriaba como si la estuvieran torturando, tras ella se asomó la figura de Lester, el grácil bardo que contrató ser Stefford. Le siguió Lyn Dawson, la prometida de Stefford.

Los ojos de Lester se clavaron en Adelia, parecía que estaba a punto de entonar una de sus canciones cuando la septa le lanzó una mirada asesina. El bardo se mostró dubitativo, no sabía si entonar la canción o no. «Como cante una de sus irritantes canciones no sé qué le haría, no entiendo como mi primo lo mantiene aún aquí. Bueno sí, lo sé de sobra… ─ Pensó Adelia mientras suspiraba.» Lester optó por abandonar su idea de cantar, parecía que la mirada de Adelia le inspiró cierto temor. Su cara se tornó triste e inocente, aparentaba profundamente compungido. «¡Teatrero!, sólo el dios de los siete rostros sabe que se oculta tras esa máscara que lleva, seguro que en su interior está la semilla de la traición. La pregunta es para quién trabaja, y cuándo y dónde ejecutará su plan.─ Pensó Adelia mientras miraba a Lester fijamente con sus profundos ojos verdes.»

La puerta se abrió como si le hubieran propinado una patada, y tras ella apareció ser Stefford con rostro sombrío.

─ Mi querido primo, ¿qué os ocurre? ─ Se acercó Adelia algo preocupada.

─ Adelia, por favor, hablad más bajo, me duele muchísimo la cabeza. ─ Dijo Stefford mientras se sostenía la frente con su mano derecha en ademán de sufrimiento.

Adelia se quedó observando hasta que se dio cuenta, en ese mismo instante arqueó una ceja en silencio. «Será posible… se ha quedado bebiendo hasta las tantas. Yo no entiendo a estos hombres, sabiendo que va a enfrentarse al que puede ser su futuro suegro y se emborracha la noche de antes. Es increíble, esto no es un juego. ─ pensó Adelia indignada.»

La septa se giró y vio al joven Harren, no sabía de dónde había salido pero tenía la misma expresión de cara que Stefford, incluso peor. Adelia volvió a mirar a Stefford, después condujo su mirada a Harren. «Mira que obligar al joven a que se emborrachara hasta llegar a vomitar. Aunque parece que los siete les están dando su justo castigo, ambos tienen resaca, y parece que fuerte. Uno por obligar al muchacho a emborracharse y el otro por haberse dejado provocar y pecar de brabucón. Estos hombres… cuanta flaqueza y cuanta perversidad pueden llegar a albergar en sus almas. Aun así, no hay pecado sin castigo. ─ reflexionó Adelia mientras les observaba de forma regia.»

Stefford intentó montarse en su destrero, al ver que casi se cae propinó un desafinado grito. ─¡Maldición! ¡Tú, mozo, ven aquí a ayudarme! ─ el noble se quedó frente a su caballo musitando mientras esperaba a que el mozo se acercara para asistirle. Era evidente que la resaca había mermado el equilibrio de ser Stefford. El mozo se acercó e intentó ayudarle a subir.

Stefford lanzó una gélida expresión mientras sacudía su mano en tono despectivo ─lárgate de mí vista. ─ El mozo agachó la cabeza y se retiró. «Espero que no siga de tan mal humor cuando llegue a Fuerte Sombrío ─ supuso Adelia.»

Por otro lado, Harren subió aupado por Galbart, el guardia que siempre le acompañaba. Adelia le observó con curiosidad.

«Ese hombre me da mala espina, nunca habla, lo observa todo. Además… ¿qué necesidad tenía el muchacho de venir con un guardia personal? A menos que… realmente no se fiara de nosotros. ─ pensó Adelía mientras fruncía el ceño ligeramente.─ Esta familia me da mala espina, ese muchacho no me inspira ninguna confianza… Además para colmo tiene sangre valyria, no lo ha dicho en ningún momento, pero ese pelo… y ese brillo en sus ojos… ─ Adelia parecía inquieta. »

─¡En marcha! ─ Gritó Stefford. Su alarido sonó más lastimero que regio, de hecho, tras pronunciar las palabras se llevó su mano a la frente y su rostro se llenó de dolor mientras apretaba los dientes.

«Menuda resaca tiene. Aunque juraría que el ayer no bebió tanto como para acabar así ─ sopesó Adelia».
La comitiva se puso en marcha, atravesaron el portón de Rasgacielos y siguieron por un pequeño camino rodeado de pinos soldado. Conforme avanzaban el sendero se iba volviendo cada vez más angosto y serpenteante. La tierra que pisaban pasó a ser piedra desnuda y un enorme precipicio caía a su izquierda. Lyn, la prometida de ser Stefford se asustó, no estaba acostumbrada a aquellas alturas, y pese a haber sido vecina de los Thorton, ella había vivido en unas llanuras, y no en una zona de montaña. Pidió montarse junto a Stefford, el caballero accedió, y ella se agarró a él lo más fuerte que pudo. ─ Sujetaos a mi cintura, mí señora, yo he hecho este camino cientos de veces, no debéis temer ─ dijo Stefford firmemente, aunque hubiera sonado más solemne si no fuera por la resaca. En el camino de ida Lyn ya se había asustado, pero en la bajada la muchacha se atemorizó mucho más.

El camino se hizo más transitable pasadas unas cuantas millas. La piedra dejó paso al barro, el día anterior había llovido y había dejado el sendero embarrado. El carro que portaba los víveres y unos cofres se atascó varias veces en el lodo, los soldados que los acompañaban se encargaron de desatascarlo no sin dificultades. Aquello retrasó la marcha.

Al final divisaron en el horizonte el pueblo de Praderaparda. ─ Mi hogar, el que mi hogar durante tanto tiempo… ─ dijo Lyn con melancolía.

─ Enseguida estaréis allí y podréis ver a vuestro señor padre, estoy seguro que lord Arthur sabrá recibiros, saber que estáis viva le reconfortará mucho. ─ Respondió Stefford con dulzura.

«Sí, mi primo tiene razón, lord Arthur le recibirá con los brazos abiertos, es la única heredera que le queda, no tendrá más remedio. La cuestión es que hará después y cómo reaccionará ante el compromiso con Stefford. Los Dawson odian a los Thorton desde los tiempos de Aegon el Conquistador ─ se dijo Adelia. ─ Quizá esta sea la oportunidad para enterrar el hacha de guerra entre las dos casas… ojalá así sea, rezaré a la madre para ocurra. ─ Tras pensar esto, la septa cerró los ojos y suspiró.»

Avanzaron hasta llegar a las puertas del pueblo amurallado, en su interior estaba también el pequeño castillo de Fuerte Sombrío. Habían dos guardias a cada lado del portón, la muralla estaba algo descuidada, multitud guijarros y malas hierbas campaban a sus anchas alrededor del cercado.

─¡Soy ser Stefford Thorton! Castellano de Rasgacielos y hermano de lord Erryk Thorton. Vengo a hablar con lord Arthur Dawson, además, me acompaña conmigo su hija y única heredera lady Lyn Dawson. Por ello solicito que me dejen pasar. ─ Dijo Stefford.

«Vaya, parece que el aire fresco ha hecho que la resaca se le pasara. Parece otra persona ─ pensó Adelia».
Ambos guardias se miraron desconcertados, no sabían muy bien que hacer hasta que uno reaccionó. ─ Enseguida le llevaremos ante lord Arthur… ─ Se giró, dio unos golpes en la puerta con su alabarda y gritó para que les abrieran. Durante unos instantes uno de los grandes portones estuvo chirriando hasta que ya estuvo lo suficientemente abierto para que la comitiva a caballo y el carro pudieran pasar.

Una vez estuvieron dentro del pueblo Adelia se sorprendió. «El pueblo está cochambroso y sucio, se nota que apenas tienen dinero para reparar las casas o mantener bien el camino. ─ Adelia se dio cuenta que la gente les observaba en la distancia y cuchicheaban sobre ellos. ─ Nos miran con rareza, parece hasta que nos odian, no me extraña, están pasando hambre se les nota en la cara. Sin embargo nosotros… nobles… bien comidos… bien vestidos…» Adelia bajo la mirada, avergonzada de la situación. Sabía que no podía ayudar a aquella gente, lo único que podía hacer era rezar por ellos. Pero algo la sobresaltó.

─ ¡Tomad, tomad todos, gentileza de Lyn Dawson y de la casa Thorton! ─ Adelia se giró y vió a Lyn lanzando venados de plata a la gente. Aquello provocó que la muchedumbre se agolpara sobre ellos.
«¿Pero están locos? Esto nos va a poner en problemas… la gente está desesperada, nos podrían llegar a hacer daño… Estoy segura que es obra de mi primo ─ pensó Adelia y al instante dirigió su mirada hacia su primo Stefford. Él estaba miraba divertido a Lyn, y Adelia comprendió en ese mismo instante que había sido idea suya.»

El palafrén de Adelia empezó a relinchar y a moverse de un lado a otro nervioso por el gentío. Los lugareños se agolpaban y extendían sus manos mientras Lyn lanzaba monedas al aire y la multitud se abalanzaba sobre ellas. Se peleaban, se daban codazos, patadas, pisotones… Stefford consideró que ya era suficiente y pidió a Lyn que se detuviera, aun así la gente continuaba agolpada. Ser Stefford hizo una señal a sus soldados y estos intentaron apartar al gentío y continuaron por las calles.

«Lo conozco, no lo ha hecho por caridad, lo ha hecho para desafiar a lord Arthur y como muestra de poder… Pero me alegro, gracias a su gesto mucha gente podrá tener una sonrisa en su cara durante mucho tiempo ─ pensó Adelia ». La septa se sentía contrariada, aquel acto había sido una temeridad, podían haber sido arrollados por el populacho. Sin embargo se sentía aliviada, algunos podrían tener mendrugos de pan y sopa caliente durante una larga temporada.

Llegaron a las puertas del pequeño castillo, Fuerte Sombrío, y la verdad es que su aspecto hacía honor a su nombre. La base del castillo estaba enegrecida y cubierta por una gran hiedra que parecía escalar casi hasta las almenas, y parecía que llegaba a cubrir ventanas incluso. El soldado que les acompañaba habló con los guardias de la puerta, estos les abrieron los portones. Una vez dentro dejaron sus caballos en las caballerizas y los guardias de ser Stefford descargaron un cofre de pesada apariencia del carro.

Stefford bajó del caballo, esta vez sin ayuda. Llevaba un jubón verde con ribetes dorados y unos discretos adornos florales. Se colocó con elegancia unos guantes blancos e hizo un gesto hacia uno de los guardias Dawson. Este les abrió una puerta y les invitó a pasar. Entraron en una sala amplia, donde habían colgados varios tapices. Uno representaba el emblema de los Dawson, un fondo verde cuarteado con una manzana en medio atravesada por una flecha. Adelia se quedó mirando fijamente los tapices y determinó que se habían deteriorado algo. ─ Parece que no han debidamente mantenidos ─ pensó Adelia. Cuadraba, los Dawson aparentaban no tener muchos criados y eso se reflejaba en el mantenimiento del castillo y del pueblo, además tenían pocos guardias y la gente del pueblo parecía hambrienta. Sin duda la casa de la prometida de su primo pasaba por muy malos momentos.

Subieron por unas escaleras y a continuación pasaron por varios pasillos hasta que llegaron frente a una puerta grande y flanqueada por dos grandes pilares de mármol. El guardia se detuvo y les dijo. ─ Voy a anunciarles a lord Arthur, aunque les aconsejo que no entren todos… ─

─ Entraremos yo, mi prima Adelia y mi primo Axel, el resto no será necesario ─ dijo Stefford.

─ De acuerdo ─ el guardia asintió, abrió la puerta y pasó. Al rato volvió y les pidió al caballero y a sus acompañantes que entraran, el resto se quedó fuera en el pasillo esperando.

Entraron en una sala ancha, con varios ventanales al fondo, pero pese a la luz que se colaba por ellos el lugar seguía parecieron lúgubre y sombrío. Las paredes eran de piedra gris, pulida pero discreta, el lugar carecía de obstentaciones. Un hombre mayor estaba sentado en una larga silla de madera al fondo de la sala. Su rostro estaba bastante desgastado por la edad, a pesar de ello tenía una cara robusta y una blanca barba que le llegaba a la altura del pecho.

─ ¡Hija mía! ─ Exclamó el hombre mayor alzándose tímidamente de la silla.

─ ¡Padre! ─ Lyn salió al encuentro de su padre, lord Arthur.

«¡Oh! Sin duda un momento conmovedor ─ pensó Adelia.» Ambos se fundieron en un profundo abrazo, se miraron a los ojos y el señor besó a la muchacha varias veces en la frente. Estuvieron un rato hablando en voz baja, Adelia comprendió que ambos necesitaban compartir ciertas impresiones, hacía tiempo que no se veían y lord Arthur daba a su hija por muerta.

Stefford empezó a impacientarse y carraspeó llamando la atención tanto de lord Arthur y de Lyn.

─ Ser Stefford, permitidme que os de mil gracias. Habéis conseguido traerme a mi hija sana y salva. No sé cómo agradecéroslo. ─ Dijo lord Arthur.

─ Mi lord ─ Stefford hizo una reverencia ─ Era mi deber como caballero, la señorita debía volver con su padre. Yo sólo he hecho lo que se esperaba de mí. ─ Stefford sonrió cortésmente.

─ Sois un gran hombre, de hecho no me lo esperaba de un Thorton… pero este gesto puede ayudarnos a olvidar las continuas afrentas que hemos tenido en el pasado. ─

─ Mi hermano siempre os ha tenido gran aprecio… no sé por qué decís eso ─ contestó Stefford de forma burlona. ─ Además… ─ carraspeó ─ Vengo también a pediros la mano de vuestra hija. ─
Las palabras de Stefford cayeron como un jarro de agua fría sobre lord Arthur. El anciano miró a su hija y le preguntó ─ ¿Es eso cierto hija mía? ─

─ Así es padre, ser Stefford y yo queremos casarnos. Hemos venido para pedirte que autorices nuestro matrimonio ─ dijo Lyn.

─ Yo no sé, esto es muy prematuro, debería pensármelo. Habéis traído a mi hija sana y salva, pero… ─ advirtió lord Arthur no muy convencido.

─ Entiendo perfectamente vuestros recelos, pero… enseguida os mostraré algo que nos hará entender bien. ─ Stefford después de pronunciar sus palabras se giró e hizo un gesto a los soldados que portaban el cofre. Estos se adelantaron y lo dejaron caer frente a lord Arthur, acto seguido se retiraron de nuevo y salieron de la sala. Stefford se colocó delante del cofre y sonriendo lo abrió. Un montón de dragones de oro se asomaban, parecía estar a rebosar.

─ Mil trescientos dragones de oro. ¿Es suficiente para que dejéis de tener reticencias? ─ dijo ser Stefford con sorna.

La cara de lord Arthur cambió radicalmente, parecía que las puertas de los mismísimos siete cielos se habían abierto al unísono.

─ Creo que… sí, me encantaría teneros como yerno… ─ lord Arthur sonrió algo desconcertado.

─ Veo que nos entendemos… ¿eh? ─ Dijo ser Stefford con diversión.

Aquello no gustó nada a Adelia, parecía que estaba asistiendo a una subasta de animales en un mercado o una feria. Observó a la muchacha con tristeza, parecía alegre, pero en el fondo… debía sentirse como una mera mercancía. Ella había abandonado a su padre para no casarse con aquel mercader, y sin embargo acabó amando a Aran, para que después el muchacho se desprendiera de ella como si de un juguete roto se tratara. La habían convencido para que se casara con Stefford. ¿Ella lo amaba en realidad? ¿O simplemente lo hacía por obligación o convencimiento? Pensar en aquellas cosas le amargaba, pero el deber era el deber, y ella debía aceptar el matrimonio si finalmente Stefford y su padre así lo convenían.

Pero algo les interrumpió, unos sonoros golpes de oían desde el fondo de la sala, alguien golpeaba la puerta. Uno de los guardias se aproximó corriendo a lord Arthur y le susurró algo al oído. ─ ¡No, esto no debía suceder! ─ exclamó el anciano.

─ ¡Abrid en nombre del rey! ─ Se oyó un estridente grito desde el otro lado de la puerta. Aquella voz le pareció familiar a Adelia, la había oído en otro lugar, pero no sabía muy bien donde.

Las puertas se abrieron, y comenzaron a entrar soldados, los asistentes estaban perplejos. Stefford tenía los ojos como platos, y daba vueltas observando como los soldados se iban posicionando a izquierda y derecha rodeándolos. A la cabeza de aquel contingente estaba ser Meryn Trant, miembro de la Guardia Real. Era un hombre físicamente imponente, llevaba una armadura de láminas esmaltada grabada en oro. Poseía unos ojos adustos con bolsas, una gran boca con gesto amargado, y una canosa barba pelirroja.

─ ¡¿Lord Arthur Dawson?! ─ Dijo airadamente ser Meryn Trant.

─ Sí mi señor caballero, aquí me tenéis ─ afirmó el anciano mientras su hija le agarraba con fuerza desconcertada.

─ Vengo a arrestaros por orden de su majestad. El consejero de la moneda, lord Baelish está muy molesto por la excesiva deuda contraída con la corona. Ser Cortnay Penrose no ha querido hacerse cargo de vuestra ofensa, y ha traspasado el asunto a Desembarco del Rey. No me hagáis perder el tiempo y entregaos sin oponer resistencia.─ Ser Meryn Trant estaba visiblemente molesto, enseñó una carta lacrada con el sello real a lord Arthur. El anciano asintió. Mientras tanto el guardia real se giró y observó a ser Stefford. ─ ¡Tú! ─ Dijo de forma rencorosa.

15 de julio de 2012

Harren #3



Era una inusual y fría noche en Rasgacielos, aquello denotaba la inminente llegada del otoño, tal y como había anunciado el cuervo que provenía de Bastión de Tormentas. Harren recordó como el maestre Lawrence lo anunció solemnemente en el salón mientras comían. ─El verano ha llegado a su fin, mis señores, estamos oficialmente en otoño.─ Recordó Harren, él era un hijo del verano, este iba a ser su primer otoño, y después… conocería el invierno, sí, el invierno… «¿Qué tendrá el invierno para que todo el mundo le tema tanto? ─ pensó». Había leído libros al respecto, las crónicas relataban situaciones muy duras, frío intenso, horribles cosechas, hambruna… incluso, algo que le aterró, la Larga Noche, pero aquello pasó hace miles de años, y sonaba más a un relato fantástico que a una crónica histórica… «Eso son cuentos para asustar a los niños… ya no existen ni los otros, ni los hijos del bosque, ni los gigantes, ni si quiera los dragones…». Al pensar en los dragones suspiró.

Harren iba caminando a través de unos largos pasillos, la fortaleza de Rasgacielos era enorme, y no sabía muy bien a dónde iba. De repente oyó unos pasos, se asomó a través de una esquina y observó al mastodóntico primo norteño de los Thorton. Se llamaba Axel Whitehill, recordaba haberlo visto en la comida de aquel día, medía casi dos varas y mitad de otra, era una mole imponente, tenía una cara cuadrada además de una mirada aterradora. «Menudo armario, aunque supongo que el único destino de ese mastodonte es machacar cráneos, seguro que tiene serrín en esa cabezota ─, pensó Harren mientras sonreía con profundo desprecio.»

Mientras el joven estaba asomado por la esquina espiando al norteño, el caballero se percató de su presencia. «¡Oh no, maldición! ─Exclamó Harren para sus adentros». El joven giró sobre uno de sus pies, dio media vuelta y salió corriendo por el pasillo de la manera más sigilosa que pudo. Oía los pasos del caballero, y no parecía que anduviera, sino más bien que diera enormes zancadas. Le iba a alcanzar, tenía que hacer algo, no tenía escapatoria, debía fingir, a un norteño no le gusta que le espíen, y menos que le engañen, pero no tenía otra opción. 

Harren se detuvo en seco, se arregló el pelo, intentó respirar lentamente para recobrar el aliento y serenarse, se apoyó en la pared e intentó aparentar como si nada hubiera ocurrido. De golpe la luz que desprendía la antorcha de la pared fue eclipsada por la enorme figura del norteño, parecía que se iba a abalanzar sobre él. Pese a que Harren preveía su llegada, su aparición le asustó igualmente. «¡Por los siete, es enorme! ─ pensó. »

─¡Oye tú! ¿Qué hacías? ─ La voz del norteño era muy grave, en consonancia con la figura de aquel hombre aterrador. Harren le lanzó una mirada desconcertada. 

─¿Yo, mi señor? Estaba por aquí paseando, nada en especial, ¿os he molestado en algo?─ El muchacho hizo una excelente representación teatral, el norteño lo miró fijamente sin saber que decir, hasta que exclamó, ─no me habréis estado espiando, ¿verdad?─ Axel Whitehill clavó su mirada sobre Harren, parecía que intentaba penetrar su mente para averiguar que estaba pensando.

El muchacho frunció el ceño. ─¿Estáis sugiriendo que yo os estaba espiando? Perdonad que os diga, pero yo no tengo ningún motivo para ello. Me ofende que penséis así, de hecho yo no tengo nada en contra de vos, ni ninguna necesidad de saber que estabais haciendo ahora mismo.─ dijo Harren algo indignado.

Axel quedó dubitativo, no sabía que decir, examinó a Harren y tras un corto instante dijo ─muy bien, supongamos que es cierto, en ese caso disculpadme, pero como os pille espiándome de nuevo… ─

Harren le cortó, ─os aseguro que eso no ha sido así, y que por tanto no podría a volver a suceder─ dijo Harren con una sonrisa. 

«Venga va… cállate y lárgate mastodonte, déjame en paz ya». Axel le observó durante un instante y al final se dio media vuelta mientras bufaba. Cada uno de sus pasos retumbaban por el pasillo, tenía una manera de caminar fuerte y solemne, como si estuviera aplastando con sus botas las cabezas de sus enemigos muertos en combate al compás de unos tambores. Aquello hizo tiritar a Harren, aunque el problema se había resuelto, de momento.

El muchacho siguió andando lentamente por aquellos lúgubres pasillos, bajo la luz de las antorchas era presa de sus pensamientos, vagaba sin un rumbo aparente hasta que ocurrió algo inesperado. Harren vio una figura casi fantasmal, parecía una mujer en camisón, estaba al fondo del pasillo y la penumbra no dejaba identificarla, él procuró esconderse tras un pilar junto a la pared. La extraña mujer se detuvo frente a la entrada de una habitación, tocó cuatro veces a la puerta y dijo algo con una voz tenue que no llegó a oír bien. «¿Abrid mi amor ha dicho? ─ Pensó Harren, en ese mismo instante la curiosidad se apoderó de él. ─ Debo saber que ocurre ahí».

El joven Harren había celebrado hacía poco su decimoquinto día del nombre, no tenía muy claro qué era el amor, aquello de lo que la gente siempre hablaba y mitificaba, ese extraño sentimiento por el que se habían librado multitud de guerras. Había notado ciertos impulsos hacia algunas mujeres, una extraña atracción pero nunca había sabido cómo reaccionar ante ese misterioso instinto. Harren no era virgen, ya había probado las mieles del sexo, una muchacha desconocida se le acercó en la residencia de los Tintalle hacía unos días, aquel encuentro lo recordaba como un momento maravilloso, indescriptible, pero algo falló. Hubiese querido repetir y repetir y repetir muchas veces más a pesar del cansancio de aquel momento. Notó una extraña sensación, como si hubiera subido a lo alto de una enorme cumbre y se sintiera el rey de todo Poniente. Pero algo había en aquella muchacha que lo hacía sentir frío, distante, a pesar de todo aquel placer, faltaba algo, Harren no sabía muy bien que era. 

La entrada se abrió y la mujer pasó al interior de la habitación, Harren se sobresaltó, sus pensamientos se esfumaron cuando la puerta se cerró con un golpe seco. «Está dentro, debo investigar, además ¿esa no es la habitación de ser Stefford?» Harren se encogió de hombros y se deslizó por el pasillo haciendo el menor ruido posible. Llegó frente a la entrada de la habitación, respiró profundamente, se apoyó suavemente y posó su oreja derecha sobre las tablas de madera de roble viejo del que estaba compuesta la puerta.

─No puedes hacerme esto, me dejarás aquí sola. No deberías irte con esa… puta, me tienes a mi aquí, te lo ruego… ─ Dijo la desconocida con tono desconsolado. Su voz no era la de una doncella, era ya una mujer adulta, a Harren le sonaba algo familiar, la había escuchado en algún lugar de Rasgacielos, pero en aquel momento no sabía muy bien quién podía ser.

─Por favor, sé que nadie esperaba esto, de hecho, yo fui el primer sorprendido, me lo propuso la prometida de Aran, en un principio rehusé pero insistieron e insistieron. Además, no has de tener miedo, yo seguiré aquí una temporada, viajaré a Fuertepardo en alguna ocasión pero siempre que vuelva a Rasgacielos nos volveremos a ver. Será como siempre, como ha sido hasta ahora. No debes temer nada. ─ No había duda, era la voz de ser Stefford. Harren arqueó una ceja. «¿Qué demonios hace este hombre para llevarse detrás a tantas mujeres? Debo averiguar cómo lo hace».

─Stef, yo te quiero, por los siete, júrame que siempre estarás conmigo.─ La mujer parecía compungida. 

─Claro que sí, además sabes de sobra que siempre has sido mi auténtico amor, ¿cómo iba a dejarte yo ahora, cuando más me necesitas?─

─Ven, siéntate aquí, junto a mí.─ dijo ella con dulzura.

La cosa empezaba a ponerse interesante. Harren cada vez pegaba con más fuerza la oreja sobre la puerta, quería escuchar mejor lo que pudiera acontecer. Pero, en ese instante unos picores invadieron la punta su nariz y un hormigueo empezó a subirle hasta la frente, sus ojos se entrecerraron, y un sentimiento de alarma empezó a apoderarse de él. 

«No, ahora no debes estornudar, no ahora no, aguanta… aguanta…─ el muchacho se puso la mano izquierda frente a la nariz y se la presionó. ─En este preciso instante no… no por favor… no debes estornudar… no, no.. NO, ¡NO!»

Los intentos por impedirlo fueron inútiles, de hecho sucedió rápidamente, pese a que Harren trató de minimizar la detonación de su estornudo, el absoluto silencio del lugar hizo que sonara más parecido a una explosión de fuego valyrio. Harren abrió los ojos, y observó su mano llena de flema, su boca se torció en un gesto de auténtica repulsión, pero recordó enseguida que ese no era el problema más importante en ese mismo instante. Volvió a pegar la oreja sobre la puerta con rapidez.

─Un momento.─ Oyó hablar a ser Stefford, y seguidamente escucho que sus pasos se aproximaban a la puerta. «Huye, huye…¡HUYE! ─Pensó instintivamente Harren.»

Las piernas de Harren se pusieron en marcha de manera automática, casi tropieza en dos ocasiones, pero mantuvo el equilibro apoyándose en la pared. El cerrojo de la puerta sonó tras él, giró en ese mismo instante la esquina y subió por unas escaleras saltando escalones de tres en tres. «Corre, no debe pillarte, a saber qué es lo que hace contigo si te descubre. Corre, corre, debes correr más.»

Harren continuaba corriendo, había subido al piso de arriba y seguía por unos pasillos que no conocía, no sabía dónde iba. Giró la cabeza y se sintió presa del pánico al ver a ser Stefford en batín a punto de pillarlo. «¡Maldita sea! corre como una libre, me va a pillar, de hecho ya me ha descubierto ─ se lamentó Harren» El muchacho volvió a mirar al frente e intentó esprintar, entrecerró los ojos fruto del esfuerzo e inclinó el cuerpo hacia adelante para intentar coger más velocidad. Pero ocurrió algo inesperado, Harren sintió que Stefford le había agarrado del jubón. En ese mismo instante el muchacho perdió el equilibrio. El pasillo, que estaba ocupando su línea de visión pronto dejó paso al adoquinado del suelo. Su frente chocó contra las frías piedras y se deslizó un par de metros. El impacto fue duro, un terrible dolor invadió su sesera, cuando intentó alzarse giró su lastrada cabeza y observó a ser Stefford que le miraba con un visible cabreo. Harren se asustó y gateó hasta la pared, donde se apoyó e intentó levantarme conforme pudo.

─¿Se puede saber qué estabas haciendo? ─ El tono de ser Stefford estaba cargado de indignación.

─Yo, yo… no estaba haciendo nada, no pretendía… ─ «¿Qué no estaba haciendo nada? Maldita sea, cuéntale un chiste de paso, es evidente que no se lo va a creer. ─Pensó Harren para sí mismo.»

Conforme el muchacho se incorporó ser Stefford iba avanzando y él retrocediendo. El resultado fue que el joven cada vez estaba más arrinconado.

─ Veamos Harren… ¿sabías que escuchar las conversaciones de otras personas no es algo muy cortés? ─ Dijo Stefford con una extraña sonrisa que a Harren no le gustó en absoluto.

─ Yo, simplemente estaba buscando algo que hacer, me aburría, buscaba algo con qué entretenerme un rato, y… fue inevitable oírlo…

─ ¿Inevitable? ─ Stefford negó con la cabeza. ─ ¿Acaso no tenías la oreja pegada a la puerta? Ese estornudo sonó muy cerca… ─ Stefford seguía avanzando hacia Harren, y este último iba retrocediendo hasta que su espalda encontró una ventana en la cual se apoyó. El caballero se quedó mirando al muchacho. «Quiere tirarme, no tengo escapatoria, no debo mirar atrás, en cuando baje la guardia me empujará… no… no… este es el fin.─ Harren empezó a sudar. ─ ¿Y si intento escapar? No podría forcejear con él… es más fuerte que yo… y acabaría tirándome. ─ Harren se agarró con todas sus fuerzas a los salientes de la ventana».

─ Y dime, exactamente… ¿qué es lo que has escuchado? ─ Dijo Stefford con sorna.

─ Nada de importancia mi señor, ya no recuerdo muy bien. ─ Harren estaba visiblemente asustado.

Stefford observó bien al muchacho, estuvo un rato en silencio mientras contemplaba como sus rodillas temblaban. De repente alzó su mirada al techo mientras lanzaba un profundo suspiro.

─ Anda, ven, vamos a beber algo de vino. ─ Dijo Stefford. ─ Pero recuerda, hoy no has visto ni escuchado nada. ¿Entendido? ─

13 de julio de 2012

Vino, mujeres y mandolinas

Uno de los acompañantes de la delegación Thorton es un extraño individuo que se les acopló en el torneo del día del nombre del príncipe Joffrey. Se hace llamar Lester el Armonioso. Al ver la belleza de la septa Adelia, el bardo se quedó prendado y no paró de cantarle una canción tras otra. Adelia se mostró profundamente molesta, pero ser Stefford consideró que Lester le podría servir. Le contrató como su bardo personal, para que le compusiera canciones de todas sus azañas. La mayor parte del grupo desconfía de él, pese a su cara angelical no parece trigo limpio, tiene amigos muy "extraños" y en ocasiones se comporta de manera errática. Pero ser Stefford se empeña en que se quede, pues alimenta su ego.

Uno de los grandes problemas de Lester son sus vicios, es adicto al vino y le encanta visitar las meretrices. Si observa una mujer que le gusta se lanza como un poseso a intentar conquistarla. También su comportamiento puede llegar a ser irritante, su falta de escrúpulos es notable.

La canción favorita de Lester es el oso y la doncella (sobre todo cuando va ebrio), la esposa del dorniense también le encanta, pero la que más le disgusta son las lluvias de Castareme, le parece extremadamente triste y nada picantona. Alguna de las canciones que el mismo ha compuesto:

A ser Stefford:

Gallardo caballero,
cabalga con esmero, 
su lanza rompía, 
¡cómo se movía! 

Su armadura brillaba, 
a las damas enamoraba, 
él contra todos, 
y a todos vencía, 
él contra todos 
¡cómo combatía! 

A través de lanzas y villanos, 
¡el mejor de sus hermanos! 
Dornienses y norteñas, 
descaradas y risueñas, 
¡Stefford Thorton el justiciero, 
damiselas, besareis su acero!

A la septa Adelia:

Señora, estrella luciente
que a todo mundo guía,
guía a este tu sirviente
que su alma en ti fía.

Preciosa margarita,
lirio de virginidad,
corona de humildad,
sin error santa, bendita,
la vuestra limpieza infinita
no podría ser contada
por mi lengua menguada,
ni por la mano escrita.
12 de julio de 2012

Elmar #2


  No deberíais seguir gritando así, Ser. Sus costillas no se soldarán jamás.

El maestre de cadena incompleta cambiaba los vendajes de Ser Elmar Thorpe. Era una tarea larga y tediosa, que continuaría siendo larga y tediosa durante bastante tiempo, porque las heridas de la justa eran considerables. Sin embargo, a pesar de no tener la cadena completa, Natt era igual de competente o más que uno de sus homólogos de cadena completa.

  Maldito sea ese Stteford – continuó maldiciendo, mucho más calmado por las indicaciones de su maestre  –  Ni haciendo trampas he podido con él ¿Quizá vuestro veneno no fue todo lo eficaz que debiera ser?

El maestre le miró alzando una ceja, y le hizo dar un grito al tirar de un vendaje. Para Natt eso era un insulto, su habilidad estaba fuera de discusión y ya había sido probada en múltiples ocasiones. Es más, estaba siendo probada en ese mismo instante, ya que las heridas del caballero tenían mejor aspecto. Todavía quedaba mucho camino por delante para que se curasen del todo, pero ya parecía que en efecto, podían ser curadas.

    Mi veneno funcionó a la perfección, mi señor. El caballo reaccionó tal y como esperaba. Ser Stteford estuvo de caer las dos veces que su caballo entró en la ecuación.

Y así fue. Un encuentro más, y con toda seguridad el destrero de Ser Stteford le habría derribado. Una derrota que sin duda daría de qué hablar, pero una derrota al fin y al cabo.

  Bueno, es igual. Ya ha terminado. Para la siguiente vez, el resultado será diferente.
  Yo no estaré aquí la siguiente vez, mi señor – respondió Natt, ante la atónita mirada del caballero – Las noticias de lo sucedido han llegado a casa y han vuelto. Su padre me ha ordenado curarle, y volver a casa. En cuanto a vos… - continuó, sin que el herido caballero dejara de atender, cada vez con más odio en la mirada – Digamos que su padre simplemente ha dicho que podéis seguir vuestro camino, lejos de la casa Thorpe. Y que haríais bien en uniros a la Guardia de la Noche, por salvaguardar lo que os queda de honor.

La herida en el orgullo era brutal para Ser Elmar Thorpe ¿La Guardia de la Noche? Inaceptable, quería acabar sus días rodeado de hijos y nietos, no de traidores, ladrones y violadores.

- En estos tiempos que corren, el honor está sobrestimado, Natt. No me uniré a la Guardia de la Noche – declaró, lleno de odio – Y si lo acabo haciendo, no será sin acabar antes con Stteford…
11 de julio de 2012

Las lealtades de la Casa Thorton

Los Thorton son banderizos directos de Bastión de Tormentas, por tanto, lord Renly Baratheon es su señor. El hermano pequeño de Robert se encuentra en Desembarco del Rey desempeñando el cargo de consejero de las leyes.

Cortnay Penrose, el castellano de Bastión de Tormentas y gran amigo de Renly Baratheon es con quien la familia Thorton suele tratar en caso de necesidad. Las relaciones entre Rasgacielos y Bastión de Tormentas es fluida y hasta ahora no ha habido ningún problema de consideración. Perece ser que la lealtad hacia el hermano pequeño de Robert por parte de los Thorton es innegable, ocurra lo que ocurra en el futuro.

Sección de Casas

En esta campaña hay varias Casas de creación propia, empezando por los Thorton, obviamente. He habilitado una nueva sección donde salen todas listadas con sus respectivas fichas y una descripción de cada una ellas. Veréis varias cosas raras, recientemente cambiamos y decidimos aceptar un nuevo contenido que aportaron en los foros de Edge, no es oficial, pero si le da muchísima más vida a las casas. Tenemos dos de las casas adaptadas (las que están bajo total control del master), otra no (la Tintalle), y una a medias (la Thorton, hasta que no se vuelva a reunir el grupo no se acabará de decidir la readaptación).

Podréis encontrar los links debajo de los personajes.
10 de julio de 2012

Stefford #1

Las puertas de la fortaleza de los Tintalle se abrieron de par en par con un desagradable chirrido. Estaba amaneciendo y los tenues rayos del sol ya comenzaban a iluminar unos muros que parecían casi fantasmales. Ante las puertas se había congregado toda la delegación de los Thorton. Stefford estaba delante de todos ellos, le dolía la cabeza… quizá bebió demasiado vino la noche anterior, ya no se acordaba ni qué pretendía olvidar.

«¡Ah, sí…! –Exclamó para sí mismo. Tenía que ir ahora a Rasgacielos, a decirle a su hermano Erryk que se había prometido con la hija de lord Arthur, la vivandera que encontraron en el Manantial de Jade–. Maldita sea… veremos si lo aprueba mi hermano, no me hace ninguna gracia a mí tampoco casarme con una antigua vivandera, pero por los siete que voy a reformarla, Adelia se encargará de ello. Es noble y tiene tierras, las quiero para mí, y ni Erryk ni el fantasma de Aeris II me lo va a impedir». Dirigió su vista hacia atrás y observó que todo el mundo estaba mirándole, esperaban que diera la orden para ponerse en marcha.

Stefford estiró de las riendas y puso en movimiento a su caballo, su nuevo caballo. El anterior había muerto en la justa de los Tintalle, un caballero banderizo se lo envenenó con la idea de apearle del torneo, pero nadie contaba con la perseverancia y el arrojo de Ser Stefford. Su amigo equino ahora yacía bajo tierra, debía olvidarse de él aunque era complicado, con él perdió frente al propio Jaime Lannister en el torneo del día del nombre de Joffrey en Desembarco del Rey, nunca una derrota le había sabido tan dulce pese a la frustración acumulada.

–¡Tío, ser tío! – Aran se adelantó y se puso a la altura de Stefford mientras avanzaban lentamente con los caballos. –¿Estás contento? Por fin os casareis, e incluso tendréis más tierras que mi padre ¿A qué ha sido una estupenda idea? – Dijo Aran mientras esbozaba una sonrisa en su cara.

Stefford se quedó en blanco. «Aun no sé si esto es buena o mala idea. ¡Maldita sea, claro que es buena idea! Me voy a quedar con sus tierras, eso desde luego compensará que me llamen el putero de las Tierras de la Tormenta, podré tener un feudo. ¡Jódete Erryk!». Levantó la mirada hacia su sobrino y le dijo dulcemente. –Por supuesto que lo es, tu prometida tuvo una idea excelente al proponerlo–. «De hecho cuando lo propuso tuve unas ganas tremendas de estrangularla, pero ahora ya no– se dijo Stefford.»

–A partir de ahora te divertirás mucho más, ¿eh tío? –. Aran le dio un par de palmaditas en la espalda. Stefford no sabía muy bien a que podría referirse, si la perspectiva de tener a Elyn dispuesta a irse con él a la cama o de las constantes burlas que sufriría por el pasado de la muchacha. Había servido como vivandera en el Manantial de Jade, en Desembarco del Rey, todo por las desavenencias con su padre. «Maldito lord Arthur… ¿cómo consintió que una flor tan bella se marchitara de aquella forma?… Pero no se ha de preocupar, yo seré su salvador, yo le haré ir por la senda correcta a partir de ahora, y nada ni nadie podrá detenerlo».

Stefford se acomodó mejor en la silla y giró medio cuerpo hacia su sobrino. –Verás Aran, esto no es un juego, tener una esposa es más que una mera diversión. Eres joven y tienes una visión de la vida que sólo tenéis los jóvenes–. Dijo Stefford en tono solemne. «De hecho, esto significa que se me acabó la diversión… ¡Maldita sea, sabía que esto al final ocurriría! Aun así me da igual… me divertiré cuando quiera y donde quiera… además, yo siempre seré joven».
9 de julio de 2012

El castillo de Rasgacielos


En lo alto de una una montaña se alza el imponente castillo de Rasgacielos, es un impresionante bastión fortificado. Posee una torre del homenaje central y un perímetro de doce torres conectadas por una muralla.  Está al mismo nivel que castillos como Bosquespeso, los Gemenos o Aguasdulces. Los lugareños dicen que tan formidable fortificación debió ser obra de Brandon el Constructor, el mismo que planificó y alzó Bastión de Tormentas en la edad de los héroes. Pese a esta clase de rumores no se sabe muy bien quien ordeno levantar el castillo, y desde luego sería poco probable que fuera el mismo Brandon el que lo construyera. El maestre Lawrence en varias ocasiones ha intentado encontrar alguna referencia a Rasgacielos en la pequeña biblioteca, pero las últimas referencias son posteriores a la invasión de los ándalos. Quizá en la biblioteca de la Ciudadela, en Antigua, haya algo...